El amor sin plata no dura. Las personas se casan, ilusionadas con los atractivos físicos y personales de la pareja y en nombre del amor emprenden una convivencia que parece un sueño, a prueba de adversidades y lleno de alegrías promisorias y placeres excitantes. Sin embargo, cuando las cuentas, las facturas, y las obligaciones hacen su entrada triunfante en la vida familiar, se pone a prueba la fortaleza de la unión conyugal.
Es posible que una cierta estrechez económica sea admisible, y es posible también, que una cierta tolerancia a las necesidades no satisfechas pueda sostenerse por algún tiempo. No obstante, la persistencia de diversas privaciones y restricciones, irá minando el aprecio y el respeto que el hombre y la mujer se tienen mutuamente como pareja. Las dificultades económicas en el hogar suelen aparecer desde el principio, cuando los esposos están consolidando su posición económica y por tal razón muchos de los divorcios entre parejas, se presentan en los primeros años del matrimonio.
Los recién casados pueden hacer comparaciones y descubrir que vivían mejor cuando estaban solteros y que mejor hubiera sido, no haberse casado. Al menos con los padres lo tenían todo. Las estrecheces económicas, sin embargo, pueden venir en cualquier época de la vida matrimonial, especialmente cuando crece el número de integrantes de la familia. Se dice que “cada hijo que nace, viene con el pan debajo del brazo”. Es un cuento que ya nadie cree, pues un hijo conlleva de hecho, grandes responsabilidades y altos costos.
Las angustias económicas persistentes debilitan sin duda los vínculos del amor, de la dignidad y del respeto mutuos. La mayoría de las parejas intentaran preservar los lazos afectivos a pesar de las adversidades, pero se sabe que las dificultades económicas están presentes en 80 a 90% de las separaciones. Las parejas se pueden perdonar, una que otra falta, bien a la comprensión e incluso a la fidelidad conyugal, pero si a esto se agrega la persistencia de una vida cargada de pobreza y necesidades, no es extraño que las personas admitan bajo tales circunstancias, que es mejor “vivir solos, que mal acompañados”.
Por el contrario, una familia que construye su salud financiera, goza de las bondades de una convivencia donde las necesidades básicas como: la alimentación, la vivienda, el vestido, la educación, la salud y la recreación, están garantizados plenamente. Hay tranquilidad, las necesidades de hoy están bien satisfechas y además hay reservas suficientes para atender a las situaciones eventuales que puedan presentarse, bien sea del tipo de adversidades imprevistas como accidentes, o enfermedades, como también a situaciones gozosas que demandan recursos como: celebraciones, aniversarios, graduaciones, cumpleaños, vacaciones, etc. Un hogar feliz ha de estar cohesionado por el amor, pero debe estar sustentado y protegido por suficientes recursos económicos que garanticen la tranquilidad y el optimismo de todos los miembros de la familia, ojalá en una cuantía suficiente para proveer un bienestar cómodamente sostenible en el tiempo.